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El don de la música

Imagina por un momento que no existiera la músi­ca. Todos nos volveríamos locos tratando de soportar los silencios incómodos, el ruido ambiente y a nuestra propia mente parlotear sin control. De hecho, sin mú­sica creo que seríamos demasiado propensos a la agre­sividad. Queda claro, entonces, que su función es más importante de lo que a simple vista podemos percibir. La música permea en todos los espacios sociales, cultu­rales y económicos. Llena vacíos, nos permite conectar­nos con nuestro yo interior, exalta nuestras emociones y nos revela nuestro ser más elemental. La música, como lenguaje universal, ignora las fronteras políticas, religio­sas y socioeconómicas. Conecta a las personas, genera amistades y provoca experiencias inolvidables a través de los momentos. La música salva vidas, da esperanza, acompaña festejos, eleva la autoestima, ayuda al flujo de la energía creadora y genera prosperidad. Cuando sen­timos el impulso de difundir nuestra música para que llegue al público, comenzamos a poner en marcha me­canismos que movilizan personas y generan energía que se mueve a su alrededor, que se convierte, por ejemplo, en microeconomía. Sin dudas que esto es una gran res­ponsabilidad. Cuando uno es consciente de que, a través del vehículo de la música, se puede transportar y ampli­ficar un mensaje e incidir en otros, la responsabilidad se vuelve enorme. Un mensaje oportuno transportado por la música puede transformar realidades y ayudar a las personas.

Allá por fines de los noventa yo me hallaba perdido vi­viendo una vida que no era mía, enterrado en la angustia y la depresión. Solo cuando tuve la fortuna de empezar a tocar el bajo en una banda de rock, me volvió la ale­gría y el sentido de vivir. ¿No es la música una medicina fabulosa? No es poco común que se asocie al músico con un ser egoísta y vanidoso, y no es su culpa. Parte de la industria y los medios masivos han ido olvidando la profundidad de la música, poniendo su mirada única­mente en el aspecto del entretenimiento y la monetiza­ción. Han descartado de plano aquello que no genera un impacto rápido y masivo en el público consumidor. La ambición por llegar a esos espacios y canales ha provoca­do competencia, egoísmo y envidia en los músicos. Ha sacado de foco la misión transformadora de la música en la tierra. Ser músico, artista y creador es un gran don y una responsabilidad. Los artistas son vasos comunican­tes, canales que conectan mundos, que pintan de colores este plano terrenal. El poder surge de la consciencia de ello, de encontrar el propósito, de aceptar la misión.

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