Colaboración de Dani Umpi
Mi trabajo artístico, a diferencia de otros que son más “catárticos”, por llamarlos de alguna manera, hace mucho hincapié en la creación consciente de un personaje que va a actuar en determinado contexto. Tiene algo cercano a un actor y sigue la lógica de la tradición de la performance. Me interesa la creación fetichista que un artista como entidad que, además de su música y su obra, acciona como ícono en su ciudad, en las redes, en la industria discográfica, etcétera. Pienso que todos los artistas hacen ese ejercicio y esa proyección de sí mismos, con mayor o menor consciencia, con el ego jugándoles a favor o en contra. Mi cabeza es así, pero me atrevo a aconsejar desde ese lugar porque he visto a muchos artistas con problemas similares: desde el que recién comienza y siente que tiene un universo gigante por descubrir hasta el que está hace años y ya está cansado, harto, desilusionado. También está el que tuvo éxito y no puede sostenerlo o el que tiene éxito y está agotadísimo porque no sabe delegar.
Pienso que los artistas de la música deberían aprovechar que en esa tradición es muy común trabajar con un alter ego o un nombre de fantasía, para estar en eje y no marearse ni perderse. De alguna manera, te hace tomar distancia. Verte en tercera persona, para analizar lo que hiciste y lo que harás, ayuda. Siempre recuerdo una frase de Sandro que decía: “Pienso en Sandro como un kiosco, como un trabajo”. A mí me funciona pensarme así, como un logo, como una marca, como una empresa. Pienso en mis amigos, los músicos, los mánagers, los técnicos e incluso los seguidores como si fuesen socios. Puede sonar raro y frío, pero también es muy práctico, porque es un código. Hay que entenderse. Hay que ver la proporción de lo que hacemos. Y si estamos solos, tenemos una visión irreal e incompleta de nosotros como artistas. En ese sentido, creo que el trabajo con un mánager es fundamental, porque estás en un equipo. Pienso que cuando el artista está solo, autogestionándose, puede quedar a la deriva de sus fantasías, su visión del mundo y la industria como si fuese una verdad absoluta. Hay artistas que sienten que se las saben todas y, más allá de juzgarlos, eso entorpece. Es importante estar con alguien que tenga otra perspectiva y sea consciente de que el mundo es dinámico, móvil, de que hay que adaptarse, reinterpretar, traducir, fluir y, a veces, huir.
A mí me funciona muchísimo tener un nombre artístico, pensarme como un alter ego. Creo que es algo que nos juega a favor, que me da un respiro para tener distancia de mí mismo, de mis prejuicios y preconceptos. Sin ese alter ego soy una persona muy insegura que, lógicamente, se contradice: voy y vengo, me mareo y mareo a los demás. Todos sienten que tienen ideas brillantes, pero están junto a millones de ideas brillantes que andan dando vuelta. Yo siempre aconsejo pensar, aunque suene tonto, que uno está trabajando, que es un trabajo, que es una empresa, que mi trabajo no es una estupidez que se me ocurre porque soy genial. No es que venga una musa inspiradora y me ilumina. No. Es un trabajo de equipo siempre.