En la música, donde la creatividad convive con la exposición constante, es fácil dudar de uno mismo.
Muchos artistas, productores y gestores viven con la sensación de que su talento “no alcanza”, de que tuvieron suerte o de que en cualquier momento alguien descubrirá que “no son tan buenos como parecen”.
Eso tiene nombre: síndrome del impostor.
Aparece cuando la autopercepción no acompaña los logros reales. Cuando una canción suena bien, pero pensás que fue casualidad. Cuando recibís una oportunidad y pensás que no la merecés. Cuando comparás tu proceso con los resultados de otros y siempre salís perdiendo.
En el ámbito musical, este síndrome se alimenta de tres factores:
– la exposición constante (redes, métricas, reproducciones);
– la subjetividad del gusto (no hay una verdad única sobre lo que es “bueno”); y
– la inestabilidad de las trayectorias artísticas, que nunca son lineales ni predecibles.
Superarlo no significa eliminar la duda, sino redefinir la relación con ella.
– Registrar tus avances creativos te muestra cuánto creciste.
– Compartir tu proceso, no solo tus resultados, humaniza tu camino.
– Rodearte de colegas y comunidad te recuerda que nadie crea en soledad.
Y sobre todo: aceptar que la música no exige perfección, sino autenticidad.
Tu arte tiene valor incluso cuando vos no lo ves con claridad.
Y ese valor se potencia cuando te animás acompartirlo.






